Espiritualidad en la vida familiar 1

Espiritualidad en la Vida Familiar Las Oportunidades Abundan

Ayesha Sengupta Sarkar

Cuando me uní al Curso de Enseñanza de Yoga en Sri Aurobindo Ashram – Delhi Branch, en Agosto de 2019, justo en la primera semana, me dijeron: «Este curso transforma a cada participante». Esta predicción ciertamente se hizo realidad para mí, y lo que he observado además es que el cambio afecta no solo al individuo, sino también a quienes están a su alrededor. Esto podría llamarse el «efecto dominó de la espiritualidad».

Cómo entender la espiritualidad 

Espiritualidad, espiritual, ser espiritual, seguir prácticas espirituales … Hay toda una colección completa de palabras y frases que usan el término «espiritual». Por supuesto, existe la definición del diccionario, pero al explorar la comprensión individual de la espiritualidad, podemos intentar descubrir qué es la espiritualidad como una práctica que se vive, que se respira; lo que significa para nosotros como personas, como individuos y como parte de la sociedad. Esto, naturalmente, lleva a la conclusión de que la espiritualidad puede significar diferentes cosas para diferentes personas.

¿Qué relevancia tiene la espiritualidad y la vida del cabeza de familia en términos del contexto social? 

Desde el momento en que nacemos hasta el momento en que dejamos esta vida, estamos en contacto con lo Divino. Cuando visitamos un lugar de culto, cuando un anciano nos bendice, en el altar de la sala de oración de la casa, en el pequeño altar de un auto rickshaw o un taxi, en la letra de una canción devocional flotando a través de nuestras ajetreadas y caóticas vidas … se nos recuerda la presencia de lo Divino en todas partes, todo el tiempo.

¿Nuestro entendimiento de la espiritualidad está definido por las relaciones que tenemos? Para muchos de nosotros, la respuesta es sí. Son nuestras relaciones en las esferas del hogar, la familia, la familia extendida, el trabajo, los amigos y las interacciones diarias con extraños en nuestra vida cotidiana, las que nos obligan a actuar, responder y reaccionar, pero sin un guion que nos impulse o nos oriente. Sin embargo, podríamos decir que nuestras vidas y nosotros mismos somos la obra Divina, por lo que el guion ya está escrito, pero no somos conscientes de ello.

Pero ¿cómo ocurre esta obra Divina y qué tiene de espiritual? Este trabajo o cambio ocurre en los niveles más profundos de nuestro ser, pero se refleja en la «persona externa», en la que comenzamos a convertirnos. Está en nuestros pensamientos, nuestras acciones, nuestros puntos de vista y opiniones, nuestra actitud ante los altibajos de nuestra vida cotidiana y el lenguaje que comenzamos a utilizar para expresarnos.

Fortaleciendo el enfoque espiritual 

Basada en los Vedas, la cultura india ha identificado cuatro etapas de la vida: el estudiante célibe, el cabeza de familia, la persona que se retira gradualmente de la participación en la vida cotidiana y el renunciante, que deja todos los lazos mundanos en su búsqueda de lo Divino.

Si bien los tiempos han cambiado, existe una similitud general en la dirección que toman nuestras vidas, incluso hoy, con las etapas descritas hace mucho tiempo. Comenzamos la vida, experimentamos la infancia, la adolescencia y la juventud como individuos que se enfocan en sí mismos. Luego nos casamos, formamos familias y trabajamos para mantener las familias que hemos creado y asegurar lo necesario para nuestros padres. A medida que nuestros hijos crecen y comienzan a mudarse, nos enfocamos nuevamente en retirarnos gradualmente de la vida familiar y comenzar a prepararnos para la vejez y la soledad. La última fase es cuando nos tomamos un tiempo para reflexionar sobre nuestras vidas, cómo hemos vivido nuestras vidas, nuestras acciones, nuestras lecciones y comenzamos a enfocarnos en lo Divino cada vez más.

Cada fase de nuestra vida se basa en el período anterior. Obtenemos sabiduría de las lecciones aprendidas en cada fase. A menudo, vivimos apresurados a través de los movimientos de la vida. Las lecciones vienen sólo más tarde, cuando encontramos tiempo para hacer una pausa y reflexionar. Aquí es cuando comenzamos a comprender el significado de cada experiencia, cada desafío, y reconocemos las oportunidades para nuestro propio crecimiento espiritual a lo largo de la vida.

Un ejemplo de mi vida es cómo he madurado en el manejo de las amistades. A los veinte años, en las amistades se trataba más de evitar la soledad, ser parte de un grupo y tratar de ser «visto» por los demás de alguna manera. Ahora en mis cincuenta, las amistades son para encontrar valores compartidos en la vida y aceptarnos sin juzgarnos, y ver a cada amigo como un fragmento de lo Divino.

A mis treinta y tantos años, ser una persona diferente a las demás parecía ser un enfoque muy importante en la vida y el trabajo. Ahora, me veo a mí misma menos separada de los demás. Los límites creados se funden en un espacio de unidad e integración. Veo que, en realidad, es muy poco lo que nos separa a todos.

Hubo un momento en que sentí que era importante establecer lo que estaba bien y lo que estaba mal, especialmente si yo estaba «en lo correcto». Mi deseo de crear una visión más razonable, más justa y más correcta de la vida requería que avergonzara a quienes estaban siendo injustos, no cumplían con sus deberes cívicos o no eran profesionales. Ahora, opto por un enfoque más «nosotros» en lugar de un enfoque «yo contra usted» y comparto mi comprensión de lo que veo como la «acción correcta para todos».

Aquí es también cuando nuestra sadhana y nuestra relación con lo Divino cambia. Crece y madura. Comenzamos a comprender lo que significa la espiritualidad para nosotros como individuos. Si definimos la sadhana como nuestra relación total con Dios, en lugar de solo el tiempo dedicado a la meditación o la oración, entonces vemos que la Divinidad tiene una lección para nosotros en cada paso del camino. He aprendido a considerar cada desafío en la vida como una oportunidad para el crecimiento espiritual. Incluso, si el elemento de crecimiento no es inmediatamente visible o evidente, debo confiar que ahí está.

Como cabeza de familia, no debemos apartar los lazos personales, pero tampoco debemos apegarnos a ellos. Nunca debemos olvidar que la única Realidad es la presencia eterna de lo Divino detrás de todas las experiencias de la vida, y que somos meros instrumentos.

Cuando nos encontramos en situaciones desafiantes, podemos hacernos las siguientes preguntas:

  • ¿Es nuestra intención pura, desinteresada y originada en el amor?
  • ¿Qué papel juega nuestro ego?
  • ¿Nuestra intención se basa en la verdad?
  • ¿Nuestra intención resultará en una paz duradera?

Cuando seamos capaces de responder a estas indicaciones, entonces podremos confiar que nuestra acción es la acción correcta y está en el espíritu del Dharma.

La vida tal como es, y la práctica del yoga, nos hacen más receptivos para volvernos más espirituales. Estar presentes y conscientes del propósito divino de la vida elimina todo condicionamiento social, para que podamos entrar en contacto con ese Divino Supremamente Inteligente que ha creado este vasto universo, pero que también reside dentro del núcleo de nuestros corazones.

Ayesha Sarkar fue estudiante del Curso de Enseñanza de Yoga realizado por Sri Aurobindo Ashram – Delhi Branch en 2019. Este artículo fue enviado por ella como una tarea durante el curso.

Dado que hemos decidido reservar el amor en todo su esplendor para nuestra relación personal con lo Divino, lo reemplazaremos, en nuestra relación con los demás, por una bondad y buena voluntad plena, inmutable, constante y sin ego. 

La Madre (en «Cuatro austeridades y cuatro liberaciones»)

Artículo publicado en el Volumen 45 Número 2 de Febrero de 2020 en la Edición inglesa de The Call Beyond.

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